Un equipo científico investiga cómo evitar muertes en avalanchas como la del Madrid Arena con la ayuda del Ejército.
200 infantes, que se apelotonen en desorden, que se empujen entre sí con ganas, que simulen el pánico de una multitud que intenta escapar de un incendio o de cualquier otra calamidad por una puerta de 75 centímetros.
Un encierro de los Sanfermines salió en portada de la revista científica Nature en el año 2000. Nada tenía que ver la fiesta navarra más internacional con el estudio que publicaba, pero la imagen de los mozos apretujados ante los toros servía como ilustración para una tesis: colocar un obstáculo delante de la puerta de salida reduce los apelotonamientos. Sostenía la investigación que así se dispersa la presión del grupo y la evacuación se vuelve más fluida.
“Pero es que nadie ha demostrado empíricamente aún que el obstáculo sea útil”, dice encogiéndose de hombros Iker Zuriguel, director del Departamento de Física y Matemática Aplicadas de la Universidad de Navarra. Tampoco a qué distancia de la puerta hay que colocarlo para que haga su efecto disuasorio y, a la vez, no ciegue la vía de huida.
Para averiguarlo, el investigador y su equipo han logrado reunir en el antiguo frontón del cuartel a un grupo de militares tan nutrido como generoso. Por participar en este tipo de experimentos, en Alemania se pagan 100 euros por persona en este caso concreto solo se aporta un bocadillo a los participantes.
El pánico no es una variable de la física, el experimento está concebido para medir el flujo de las personas, cómo se mueven (y se arremolinan, y se atascan) y la presión que se ejerce un grupo sobre la puerta de emergencia. El equipo de investigación, integrado por físicos y arquitectos, ya había medido cómo influían esas variables con un grupo de cien escolares y aún antes con ovejas. Pero contar ahora con 200 personas se les hace un lujo que permite cazar varios atascos (uno de los mayores peligros, incluso los que duran apenas cinco segundos) y oleadas y bandazos de la masa que terminan en caídas.
Antes de la primera prueba, los soldados se han puesto un gorro rojo de pescador necesario para que una cámara cenital en el techo y otra en el dintel de la puerta los graben y se conviertan luego en un enjambre de puntos en una pantalla.
“Salid rápido”, retumba la consigna una de las 30 veces que han pasado por la puerta estrecha antes de volver a entrar, sin la menor queja por cansancio, por una entrada posterior del frontón. “Ahora, sin empujarse”, rebota el eco en la estancia. La idea es comparar situaciones de más y menos competencia entre los evacuados, con y sin obstáculo, corriendo más lento o más deprisa.
Será interesante comparar los resultados de los militares fornidos con los de los adolescentes y los investigadores creen que las conclusiones pueden extrapolarse a otros países. Las diferencias culturales, según parece, no tienen sitio en una estampida. “Por más que en otros países la gente se toque menos que en los mediterráneos, en una situación así la capacidad humana de decisión es mínima”, apunta el investigador. Las personas tienden a comportarse como si fueran pequeñas canicas compitiendo por escapar a través del cuello de una botella.
La prueba de Navarra, con el obstáculo ubicado en uno de los casos a solo medio metro de la puerta, no parece demostrar que sea eficaz como sostenía Nature. Pero quedan por delante seis meses de análisis de los datos (esos enjambres de puntos de los gorritos rojos) que podrían derivar en diseños de salidas más eficientes.
Fuente: El País.
Tema: Riesgos Laborales.
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